domingo, 31 de mayo de 2009

El cuarto mundo. ( I )

El violinista enfermo. 1886 (Cristóbal Rojas)

En el prefacio de este blog, dejo entrever que algunas cosas de las que se pueden leer aquí, posiblemente no sean demasiado agradables. Una mente medianamente aguda pensará "El que escribe es posible que esté deprimido" pues sí, entre otras cosas.
Servidor se encuentra en una situación, que los más optimistas calificarían de grave, cuento: Intentaré no extenderme demasiado, pues la cosa tiene guasa.
La primera en la frente, tengo un cáncer, óseo para ser más exacto. Llevo en el cuerpo dos operaciones de las llamadas de "gran cirugía", me reservo los padecimientos pre y post de las mismas, pero os puedo asegurar que jamás habría pensado que mi mente podría resistirlas, de hecho seguramente estaré un poco outside, pero no soy consciente, además llevo más de un año tomando morfina, que también te descoloca, imagino, aparte de producir fecalomas cuya sola escritura me pone los pelos de punta. Pero el fármaco alivia el dolor, un dolor profundo, lacerante, insistente, insoportable. Me han agujereado arterias, venas, músculos y huesos... me han llevado en una camilla corriendo por los pasillos del hospital, rabiando como un perro, hacia la unidad del dolor, minutos que son siglos. Se quitan las ganas de fumar ¿eh? Sobre todo si al de la cama de al lado en la UCI, le meten un aspirador por la tráquea para extraerle la mucosidad que le asfixia, os aseguro que el sonido del gorgoteo no se te olvida nunca. Admiro al personal médico vocacional, al que no le tiembla el pulso, realmente impresionan. Lo que impresiona de verdad es que en estos momentos, a mucha gente le esta pasando éso, y cosas mucho peores. Todo ello resulta cuasi anecdótico comparado con lo que sigue.
Lo peor de todo son las secuelas dentro de tu mente. Tengo que añadir a lo anteriormente expuesto, que llevo diez meses dentro de un hospital tras la última operación. Casi once meses como años. En el "centro", por llamarlo de alguna manera, en el que ahora me encuentro y cuyo nombre omitiré por respeto a los demás pacientes, languidezco junto a mis pensamientos. El sistema te arrincona como si no existieras, se limita a "echarte de comer" y te invita a presenciar la incompetencia de la mayoría del personal, cuando te curan las heridas y llagas que no cierran, debido a la cantidad de radiación que tienen tus células. Día tras día asisto a sesiones de rehabilitación, los fisios, de lo más competente del sitio, se esfuerzan con tus ateridos miembros, y siempre están hablando de deportes, como si quisieran quitarle hierro a la situación. Tengo que aclarar que esto es un centro para enfermos terminales mayormente. La muerte se pasea por los pasillos con naturalidad. El hospital es antiguo y siniestro, habrá unos ciento cincuenta enfermos, creo que yo soy el más joven (54 años) junto a uno que tiene sobre treinta que está tetrapléjico y no tiene familia, dan ganas de ir más despacio con el coche, no quiero ni pensarlo. Ya he tenido tres compañeros de habitación, el primero tenia noventa años y un cáncer galopante en la cara, murió al poco tiempo. Me cambiaron de habitación y un enfermero me dijo que a mi compañero de estancia le llamaban "El ángel de la muerte" ya que los últimos tres enfermos que habían estado en la cama que yo ahora ocupaba, habían muerto en muy poco espacio de tiempo; aquello me llevaba a meditar sobre el tema en las noches de insomnio, o en las que los desgarradores e insistentes gritos de dolor y angustia de algunos ancianos, me impiden dormir; a veces no sé porqué un sopor extraño me hace escucharlos como muy lejanos, otras me martirizan y pienso en como suicidarme cuando pueda. Un día entraron en la habitación los celadores y sin decir nada cogieron la cama del "Ángel", echaron sus pocas pertenencias sobre ella y se lo llevaron con total indiferencia ante sus airadas protestas. Al rato llego un anciano de 88 años y ocupó su lugar; está sordo como una tapia, al igual que el resto, menos yo que tengo un oído de búho. Por las mañanas pone la radio a todo volumen y mal sintonizada, alucinante, y por las tardes las telenovelas que atruenan mi cabeza, tengo que ponerme los auriculares con freejazz a todo volumen para conservar la cordura y no hacer un disparate. Debido a la generalizada sordera todo el mundo habla a gritos, me sacan de quicio, están consiguiendo que me vuelva loco, pero aguanto como puedo. Entre los gritos, Manolo Escobar a todo volumen y las enervantes rutinas, es complicado reconocerse a uno mismo. Intuyo que mi salud mental peligra y no sería una buena compañera para mi maltrecha salud física, vamos que puedo palmarla en breve. Esta enfermedad no concede treguas, es maligna, tan pronto te da un par de meses de vida, como te da esperanza y de repente despiadadamente te la quita. Ataca al cuerpo con crueldad y se ensaña con la mente. Observas como otros sufren tanto o más que tu, cuerpos destrozados, llenos de agujas, radiaciones, venenosas y agónicas quimioterapias, y esperas. Esperas que llegue tu turno de sufrir más aún o de morir. ¿Que porqué cuento ésto? Pues, porque son cosas que pasan.

Cuasífocles (I-VI-MMIX)

viernes, 15 de mayo de 2009

La esperanza es lo último que se pierde, pero se pierde.

The Day of the Dead (1859) (William-Adolphe Bouguereau)

Ah! Queridos amigos, el resbaladizo terreno de las emociones, la esperanza se mueve en esos territorios cuasi al alcance de la mano, pero ésta es como un gas osea, como una ilusión. Mi intuición me sugiere que cuando esa ilusión desaparece de tu mente, ya estás muerto, es sólo cuestión de tiempo tomar la decisión de quitarse de en medio y de un clic inesperado para llevarlo a cabo.

Cuasífocles XV-V-MMIX

jueves, 7 de mayo de 2009

Confusión

Arnold Böcklin (Autorretrato)

Lágrimas que resbalan lentamente,
camino por la ciudad,
la gente pasa junto a mí como ángeles sin alas,
apenas puedo pensar
sólo caminar
entre egos desconocidos.
El suelo es una pesadilla,
vuelo sobre ella,
manos de dedos gordos arrancan trozos de mi cuerpo
que vuelven a renacer con una textura gelatinosa.
La angustia es tal que deseo la muerte,
que todo termine,
pero no puedo morir,
intento arrancarme los ojos
noto como mis uñas se afilan
y penetran a través de mis párpados,
el dolor es insoportable,
tan grande que no puedo terminar el intento de cegarme,
sólo consigo desgarrar la blanda carne.
La sangre cae,
apenas puedo ver,
siento como algo roza mis piernas,
no sé qué es
sólo que no me deja correr,
escapar.
No puedo morir,
lloro sangre diluida por las lágrimas,
desamparado,
sin nada que me consuele;
me tumbo sobre la pesadilla,
me abandono me dejo hundir en ella
como un condenado a la mala suerte eterna,
al dolor eterno,
a la negación del conocimiento.

Cuasífocles
. VII-V-MMIX